Querida,
Sé que en este momento te sientes abrumada, tensa, como si el rumbo se te escapara de las manos. Si estas palabras resuenan contigo, quiero recordarte algo: no estás sola. Lo sé, es una frase que se dice con facilidad, pero en verdad, no lo
estás. Yo también he sentido esto, lo siento ahora.
A veces me pregunto por qué trabajo tanto. Antes creía que era por reconocimiento, para que me vean, para que sepan que existo, que me reconozcan como una de las jóvenes creadoras escénicas de mi generación. Ya no la mejor, pero sí la que se
mueve, la que está presente. Sé que trabajas mucho porque el dinero es importante, que la realidad es compleja y que vivir del teatro sigue siendo un desafío. No hace falta romantizarlo. Sin embargo, sostener esa idea es agotador, y hace tiempo
decidiste renunciar a ello.
Este año no queremos vivir con prisas. Queremos disfrutar de los pequeños detalles de la vida, porque ahí es donde realmente encontramos la felicidad. En el café de la mañana, en la risa de mi sobrino cuando descubre su voz, en los cantos de mi
mamá ahora que es abuela, en la manera en que mi papá juega y redescubre el mundo a través de su nieto. En el canto de las aves, en las flores que brotan en esta temporada, distintas a las que florecen en diciembre. En el atardecer cuando los
semáforos nos obligan a detenernos, a mirar alrededor.
Está bien detenerse, respirar. Y luego, seguir. Con más fuerza, con más impulso, con más creatividad, con más energía.
No te compares. Tu camino es tuyo, único e irrepetible. Pero no dejes que la prisa te impida disfrutar del trayecto. Recuerda por qué lo haces, hazlo siempre de corazón.
Y cuando sientas que te pierdes, búscate en lo que amas. Ahí siempre te encontrarás.
Con cariño, Naye.