Guayaquil, 17 de febrero de 2025
Queridas creadoras,
Este 2025, al inicio del año, tuve la oportunidad de viajar a la selva ecuatoriana, a la comunidad achuar de Kuserua, en la provincia de Morona Santiago, Taisha. Fui con el propósito de impartir talleres de danza y teatro para niñxs y adolescentes. Al llegar, pensé desde mi mirada occidental que compartiría experiencias lúdicas con ellos, siguiendo la planificación que había preparado. Sin embargo, los primeros tres días fueron un desafío: me sentí frustrada al no lograr conectar con el grupo. Me invadieron el miedo, la incertidumbre y la sensación de estar irrumpiendo en sus propias dinámicas, en lugar de generar un verdadero encuentro. Fue entonces cuando comprendí que había llegado con un pensamiento colonialista, creyendo que iba a enseñar y educar a través del arte, sin darme cuenta de que el aprendizaje debía ser mutuo. La danza y el teatro me llevaron hasta uno de los lugares más recónditos del Ecuador, no para imponer conocimientos, sino para escuchar, observar y ponerme al servicio de los intereses de quienes me recibían. Por ende, fui yo quien terminó aprendiendo.
Los niñxs y adolescentes de la comunidad me enseñaron que el arte no siempre necesita estructuras rígidas; que a veces, el simple acto de jugar, correr y compartir un partido de fútbol puede ser la mejor manera de conectar. Fui soltando expectativas y permitiéndome fluir poco a poco; encontré el verdadero sentido de estar allí. Descubrí que no se trataba de enseñar,
sino de compartir.
Desde ese espacio de encuentro, logré ofrecer un pedacito de mi corazón a través de la danza y el teatro, despertando en ellxs la curiosidad y la creatividad que ya habitaban en sus manos: eran expertos en manualidades, en transformar carteles, papeles y pinceles en obras llenas de imaginación.
En esas sesiones de juego y creación conjunta, entendí que el aprendizaje nace del amor, de la escucha atenta, de la generosidad y de la convivencia genuina. Pensé que iba a ser yo quien enseñara, pero fueron ellxs quienes me mostraron que la educación debe partir desde la sensibilidad, la equidad y la comprensión.
Desde el cuarto día hasta el onceavo, que fue mi última jornada en la comunidad, los niñxs me regalaron una lección invaluable, la libertad creativa y la intuición son los verdaderos caminos del arte.
Ahora, una parte de mi corazón se ha quedado en la selva ecuatoriana, mientras que la otra, que sigue en Guayaquil, está llena de gratitud, amor y un aprendizaje profundo, con recuerdos inolvidables.
Gracias a la danza y al teatro, mis días compartiendo arte son días de sostén, de amor, de resistencia.
Sigamos danzando, sigamos narrando, sigamos amando. Seamos el soporte de otrxs.
Con afecto,
Darla Alarcón
(Awarmas, como cariñosamente me bautizaron lxs achuar).